Las sanciones de los Estados Unidos -aunque críticas- están siendo escuchadas por los pueblos, agarrando atención a presidentes corruptos como Michel Martelly de Haití.
Las sanciones a países completos (como Cuba, Irán y Venezuela) suelen ser contraproducentes, ya que, aunque crean miseria generalizada, también fortalecen el agarre de los autócratas al poder.
Las sanciones a individuos en específico (como el ex presidente de Haití) pueden ser efectivas. Aunque no cambian el comportamiento, envían una señal fuerte e imponen un estigma.
Las sanciones dirigidas pueden ofrecer más oportunidades para cambiar el status quo. Una vez impuestas, dan a los Estados Unidos un valioso punto de negociación.
Ejemplos en Guatemala, Latvia y Ucraina muestran cómo las sanciones a individuos específicos pueden producir resultados rápidos.
En países que no se preocupan por antagonizar a Washington, las victorias son frágiles y los cambios elusivos.
Es necesario que los Estados Unidos busquen alternativas para lidiar con situaciones como la de Venezuela, donde el presidente Maduro no ha renunciado al poder a pesar de sanciones y elecciones.
Conclusión: Aunque no son perfectas ni la única solución, las sanciones son una herramienta clave en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Además, dan esperanza a los activistas que luchan por la justicia en sus países.